miércoles, 14 de abril de 2010

La desinformación.

"Últimamente ha circulado por la prensa inglesa una interesante historia que tiene que ver con la manipulación mediática de la realidad; se trata de un apunte periférico que puede servir para ir calibrando la desinformación que nuestros políticos, a fuerza de declaraciones estentóreas, llevan meses implementando. Voy a la historia, que completaré después con una desasosegante noticia. Christian Bailey es un hombre misterioso de treinta años, graduado en Oxford, que dirige una oficina donde se proyectan "operaciones psicológicas" (psy-ops, de acuerdo con su juguetona abreviatura en inglés) situada a dos calles de la Casa Blanca, en Washington. La oficina de Bailey está en un edificio gris flanqueado por una tienda de licores y una agencia de viajes; se trata de un edificio normal donde se desarrollan proyectos no tan normales. Uno de ellos, por ejemplo, consiste en recopilar información y establecer los contactos necesarios para echar a andar negocios en Irak durante la era post-Sadam. Junto a este proyecto, que parece más bien una misión de relaciones públicas, se ha puesto en marcha de manera paralela una psy-op que consiste en lo siguiente: un equipo de gente enviado por el Lincoln Group -así se llama la oficina de Bailey- ha organizado un grupo de periodistas iraquíes, conocido como El club de prensa de Bagdad, que está dedicado a escribir artículos, reportajes y noticias que favorezcan la "labor" que los Estados Unidos, por medio de su ejército, hace en Irak. Una vez escritas estas "historias positivas" (positive stories, literalmente en inglés), se les va colocando en los doscientos periódicos que circulan en aquel país, a veces pagando cuarenta dólares por el espacio o, según la importancia del periódico, hasta dos mil.
Por hacer esto y algunas otras cosas, todas ellas referentes a eso que el ejército estadounidense denomina "superioridad informativa" o "dominación de amplio espectro", el Pentágono ha firmado un contrato con la oficina de Bailey de entre cien y trescientos millones de dólares, según información que publicó el diario The Independent."

Jordi Soler, La desinformación.



Desinformación, curioso palabro. Internet, alta velocidad, actualizaciones extremas, conexiones mundiales, teléfonos móviles, wifi... ¿No se supone que deberíamos estar más informados que nunca? Parece que no. Los de arriba "velan" por nuestra seguridad masticándonos la realidad de tal manera que no nos afecte, que no nos dañe, que no nos haga revolvernos. Se supone que no tenemos que saber sobre ello, que somos mansos corderitos asintiendo con la cabeza a todo lo que se nos dice. Pero realmente sabemos lo que pasa. Todo este asunto de la desinformación está tan dentro de nuestras vidas, y tan en boca de todos, que en lugar de tratar de concienciarnos y tenerlo siempre presente al leer, ver o escuchar una noticia, nuestra mente lo ha absorbido de manera que pasa a un segundo plano.
Cuando cogemos un periódico, por ejemplo, no desmenuzamos las noticias para discernir qué es real y qué es “maquillaje”, sino que aceptamos todo como verdades absolutas. Suponemos que esa separación ya la hemos hecho al escoger uno u otro periódico, y que las positive stories se encuentran en la cabecera rival. Lo mismo pasa con una página de Internet e incluso con la televisión. De todas formas, en el caso de la televisión estamos tan alienados con la imagen que con tal de tener unos pocos segundos audiovisuales ante nosotros, el presentador se convierte en un mesías y no dudamos de nada. Así, cuanta más información recibamos, nuestra mente la adaptará a las preferencias o ideologías previas de cada uno, infundidas principalmente por los propios medios. En último término, se hace costoso y cansado pensar qué es real y qué no, aunque demos al final todo por manipulado; aceptándolo simplemente.
Soler recalca la diferencia entre Estados Unidos y España. Entre la extrema organización y la verborrea o improvisación. Lo que en ese país se encarga de hacer el club de prensa de Bagdag aquí se hace in situ ante las cámaras, ya sea en un mitin político o a la salida del dentista ante un micrófono del corazón.
Ya no existe el poder de los medios. Existe el poder de la política y, sobre todo, del dinero. “Estados Unidos tiene un periodismo de mayor calidad que el nuestro, porque tienen más recursos económicos”; cuántas veces habremos pensado esto. Sin embargo, considero que de ese poder no se benefician los receptores de los mensajes, sino que sirve para que estas historias tengan una base más sólida, estén mejor elaboradas y sean, cuanto más increíbles, más reales. Así, el beneficio se reporta, una vez más, en el poder político: es dueño y señor de la preagenda. Y en España ocurre lo mismo, a pesar de que tengamos menos recursos económicos. El poder de un personaje ante las cámaras, con un discurso medianamente preparado, es más grande que el de un periodista prácticamente anónimo a través de unas cuantas líneas que presuponemos investigadas y contrastadas. No hay más que prestar un poco de atención al gran imperio mediático de Berlusconi.


1 comentario:

Niño bueno dijo...

Moi boa reflexión e pasinho a pasinho mellorando cara unha linguaxe totalmente especializada ;)

Berlusconi = ChuSteoTz