lunes, 26 de julio de 2010




El calor era tan sofocante que sólo se podía pensar con claridad a partir del momento en que la primera estrella aparecía en el cielo. Aquel fin de semana el aire caliente impedía casi salir a la calle, y tras la caída del sol, la terraza se convertía en mi refugio, cámara en mano, para intentar captar los pequeños destellos que poblaban el cielo. Me pasé horas de pie, observando, escuchando las lejanas olas del mar, sabiendo que no tenía cobertura, ni Internet, y que todo el mundo dormía a mi alrededor. Aquella paz asustaba por momentos. Sin embargo, la sensación de ser la única persona en el mundo provocó que todos mis sentidos se estimularan enormemente, llegando incluso a poder oler la sal del mar, a captar enseguida la luz del faro al otro lado de la playa y a poder sentir el aire fresco por primera vez en todo el día.

Imágenes y texto (C) MRF 2010

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